Con el sudor de tu frente

España gana de forma agónica a Paraguay en un partido en el que los de Martino supieron oscurecer las luces hispanas

Día 03/07/2010 - 23.38h
Paraguay
0
España
1
Un mal día, ese en el que la musa se te ha ido. Entre el rival, que te presiona bien, con cohesión, orden y rigor, y tú que andas medio adormilado, pensando en las musarañas y en la gloria lusa, pasan cosas. Por ejemplo, que faltan detalles, uno por aquí, otro por allí, y al final se te va juntando una montaña de consideración, complicada de escalar.
España salió lenta. Si no les conociéramos diríamos que algo sobradita, como si los paraguayos fuesen el hermano menor al que le das una colleja y le dices “anda, deja de joder con la pelota y dásela a los mayores”. Claro, así salió. Martino había estudiado bien el encuentro. Metió a Cáceres muy cerca de Xavi y cuando el balón le rondaba allí acudían prestos Riveros y Barreto, a unir ladrillo y hacer pared.
Con Iniesta demasiado lejos en la banda y Xabi Alonso excesivamente pegado a Busquets, Xavi no la vio y, sin él, España se quedó sin ojos. Y sin ojos no tuvo el balón. Y sin el balón empezó a faltar la respiración. Mal asunto. Todo se complicaba, nada salía. Torres hacía carreras heroicas hacia la nada y a Villa le cerraba Verón, Alcaraz y Barreto. Paraguay entera iba a una, con las líneas más juntas, todo el equipo más coordinado.
Eso es una cosa y que tuvieran veneno arriba era otra. Llegaron con cierta enjundia, pero con dientes de plástico. Pero no importaba. Tenían el partido justo donde querían. Y España estaba incómoda. Le apretaba el zapato, el traje le venía estrecho. No se encontraba. Apenas tuvo algunos minutos de liviana circulación, justo cuando Paraguay decidió tomar aire porque no podía aguantar ese ritmo frenético para poner una venda continua en el medio campo español. Pero no lo aprovechó, un poco cegado, sin la frescura necesaria.
El problema era el balón. Nos encontramos a Luis en el aeropuerto de Cape Town. Contaba que lo que mata a los rivales de España es la continua posesión de balón. Cuando tú lo tienes lo haces correr y tú no necesitas moverte tanto. El rival sí. El rival tiene que correr tres veces los kilómetros que tú para tapar la llegada del balón, que va más rápido que sus piernas. Pero esta vez no sucedió así. Tuvo más posesión que el rival, pero no la suficiente ni con los espacios necesarios. España apretaba los dientes y buscaba soluciones individuales, pero eso no basta cuando no elaboras tanto porque te faltan ideas y, además, enfrente tienes un muro de cemento armado, bien dispuesto, atento, muy metido y concentrado.
La esperanza española era que el gas paraguayo se acabará escapando a fuerza de tapar huecos y de ir a la presión de forma continua, sin apenas respiro. Al final del primer tiempo, Paraguay había corrido casí cuatro kilómetros más que España en busca del balón y con ello había apagado en buena parte la chispa de los de Del Bosque, pero quedaba tanto.
Dos minutos de loca tormenta
Todo era un remanso de calma en el partido: la mar quieta, silencio en el campo, ninguna novedad ni arriba, abajo o en el medio... España tocaba, Paraguay aguantaba y en un pis pas, de repente, una tormenta se desató sobre el campo. A Piqué se le fue la olla y Casillas se la puso en su sitio con un paradón al penalti lanzado por Cardozo. (“Toma, para The Times”, debió pensar), y en la siguiente, la vuelta de la moneda con el esperpento arbitral de todos los días. Penalti a Villa y gol bien metido de Xabi Alonso. Al de Guatemala, con la conciencia sucia por no se sabe qué pues los dos fueron penalti, le dio por la repetición absurda y ahí Villar anduvo listo para pararlo y luego para hacer otro penalti, más claro aún, a Cesc. Pero Batres ya no se atrevió a destapar más cajas de truenos.
Así que después de la tormenta llegó de nuevo la calma. Monotonía en la circulación de balón, demasiado lenta, demasiado confiada de España, y los paraguayos, que buscaban algún perdigón suelto por el suelo a ver si se lo tiraban a los españoles y le daban en un ojo porque escopeta para dispararlo no tenían.
En el final de todo. Paraguay lo dejó ir. Buscó la prórroga, los penaltis, lo que fuera, porque ya no tenía nada, ni pulmones, ni delanteros, ni ganas de verle la cara a Iker. España se echó encima, ya con todo, y la lógica de las cosas aupó a uno y hundió al otro. El gol fue como el partido, entró llorando, con el sudor de la frente, de forma casi lastimosa. Lo coció Pedro y lo remató el de siempre, el espadachín Villa, para guiar el coche a terreno alemán. Palabras mayores...

Ficha técnica

No hay comentarios:

Publicar un comentario